Lunes, 19 Diciembre 2016 00:00

Carta a Santa Claus

Carlos Molina Medrano* 
 
 
Estimado Santa: 
 
Soy un salvadoreño, sí, de éste país donde las cadenas internacionales nos han colocado como la sociedad más violenta del mundo, capaz de parir pandillas sangrientas que se han internacionalizado, al mejor estilo de la globalización que ahora vivimos. 
 
Cuando era un niño, hace muchos años, en casa de unos queridos tíos nos hicieron escribir una carta para ti. No recuerdo bien lo que pedí,  parece ser que pedía una bicicleta, pero me dijo mi tío que ese Santa Claus no traía cosas tan grandes. Que pidiera mejor unos diez colones, en aquel entonces afortunadamente todavía no estábamos dolarizados. 
 
Te cuento que en mi casa nunca se tuvo esa costumbre. Aunque siempre poníamos el árbol de navidad y un nacimiento, jamás hicimos un carta para Santa Claus, siempre esperábamos que el niño Jesús nos trajera algo, lo que fuere su voluntad, aunque habían padres que siempre decían que el regalo era en consonancia con el comportamiento en el año. 
 
Recuerdo el día, que al parecer en tu nombre, me dieron esos diez colones. Luego de dormirnos, nuestros tíos y mis padres nos levantaron la almohada y nos pusieron los billetes. Crecí pensando que era una buena costumbre, aunque nunca he compartido eso de que un Santa Claus proveniente de una cultura de otros países con otras realidades, venga a nuestras casas sin chimeneas y sin nieve a dejarnos regalos. 
 
Conforme ha avanzando el tiempo, veo que aquellas costumbres pudieron haber sido sanas. Tú con un origen cristiano como Obispo Nicolás, en lo que es hoy Turquía y el de los nacimientos, que tiene su origen en Italia y que representa la ruralidad de Belén, tradiciones con un tronco común occidental tan en decadencia en estos tiempos, han sufrido de lo que sufre todo, de su privatización. Ambos, tanto el Jesús de Nazareth, como tú, son un instrumento feroz del mercado total que se ha instaurado en todo el mundo.
 
Te cuento Santa, que todo apunta a que esas pandillas son obra y arte de ese mercado del que tu eres instrumento ahora, pero no son solo esos los males que han pasado por culpa del mercado. Te cuento que por estos tiempos estallan los compradores por todos lados, así como hormigas locas. En cada lugar hay un Santa Claus y un montón de estribillos de Navidad. La Navidad ahora es un penoso acto de consumo y una especie de competencia por acumular la mayor cantidad de productos que no sirven para nada. De aquel acto de convivencia y de reunión familiar para compartir lo que el Santa Claus llevaba, de aquella ruralidad de Belen, nada ha quedado.
 
Santa y niño Jesús, es necesario que hagan todo lo posible por poner lo bastante quieto a este mercado. Este mercado parece un animal hiperactivo, capaz de enloquecernos y de meterse en cada rincón de nuestras vidas. Ese animal es destructivo, nos está llevando a la autodestrucción, casi nos hemos acabado el planeta, la acumulación de dinero es tan grande que los más ricos están haciendo morir a millones de personas por puro deporte. El ser humano no parece tener fin en sus ambiciones cuando ese animal los toca. 
 
Por el bien de la humanidad, de todo corazón esperamos que el mundo occidental logre poner a este animal en su lugar. Ya quisiéramos ver aunque sea por un momento aquellas navidades en las que el mercado no era tan importante y que los niños se conformaban con diez colones -ahora 10 dólares- para comprar algo poco rimbombante, donde lo más importante es compartir una cena sanamente, sin ostentaciones. Los vecinos compartiendo y visitando a sus amigos y familiares. Los niños en las calles, sin miedo, jugando con sus juguetes. 
 
*Investigador y Coordinador de la Carrera de Licenciatura en Ciencias de la Computación en Universidad Luterana Salvadoreña
Visto 6948 veces Modificado por última vez en Martes, 20 Diciembre 2016 20:18