Viernes, 16 Octubre 2015 00:00

La pandilla del mercado: carcel y poder (Parte I)

 

 

Dagoberto Gutiérrez

 

La pandilla ha llegado a ser la figura fundamental organizativa en la guerra social de El Salvador. Hasta ahora, una parte de la sociedad se refiere al conjunto de pandillas y a los miembros de ellas con el calificativo de maras, cuando en realidad, a estas alturas del conflicto, el fenómeno parece tener características más definidas, pero también más encubiertas.

 

La figura de las maras tiene el significado de establecer algo inconstante e irregular, expresa un fenómeno irregular, aunque, en camino aparente, a convertirse en una organización, y así, una mara parece equivaler a algo que se está organizando, que se está formando, en el que participan gentes de las barriadas, muchachas y muchachos de las periferias, que no parecen tener nada en la vida, y además, no pertenecen a nada y a nadie, son como expresiones sociales insignificantes que buscan en la marca alguna significación. Se trata de seres anónimos, sin rostro y sin voz, sin nombres conocidos, que dan un primer paso para ganar un nombre y una identificación.

 

Aun no estamos en el terreno de la identidad, pero estamos situados en un territorio en el que, desde la sombra, muchachos y muchachas intentan un viaje desde el ser hacia el no ser, desde lo ignoto a lo conocido, y así se llega a la identificación, al establecimiento de una serie de rasgos, nombres, distintivos, palabras, y hasta lenguaje, que pueden determinar, finalmente, una identidad. La mara parece ser esta escaramuza inicial para salir de las sombras.

 

Es importante saber de donde salen estos grupos iniciales conocidos como maras para explicarnos el proceso subsiguiente que se abre como los pétalos de las flores. Este fenómeno se construye en las alcobas sangrientas de la exclusión y la marginalidad. Estas son oscuras, cercadas por muros, con seres humanos expulsados hasta de la vista pública, y excluidos de la salud, la educación, el trabajo, el mercado, y toda existencia civil. Es decir, gente que no puede alcanzar el grado máximo en la sociedad de mercado que es: llegar a ser consumidor.

 

Esta calidad de consumidor resulta ser una especie de ciudadanía otorgada por el mercado, y así como el Estado hace ciudadano al ser humano hace ciudadano al ser humano para que vote en las elecciones, el mercado lo hace consumidor para que adquiera mercancías. Esto equivale a votar, porque el consumidor, al igual que el votante, carece de opción.

 

Pues bien, estos seres humanos que se mueven en la exclusión no llegan a ser consumidores y están, por eso, al margen de la vida civil, es decir, marginados de todo funcionamiento válido en lo que se llama, sociológicamente, sociedad civil. Desde esas sombras aparecen las maras, como una expresión que libera y enfrenta ese anonimato. Y así, miles y miles de marginados se hacen presentes, ganan voz y rompen su silencio. La mara fue todo esto y se inscribe en este proceso de exclusión socio económico a manos del mercado.

 

Este proceso ha tenido una ruta sostenida y alimentada poderosamente. Estos grupos iniciales que dieron identificación a una humanidad excluida, se transformaron en pandillas y este fue un proceso inexorable, es decir, indetenible e irreversible. Se entendió, en la medida en que se descubrió, que la agrupación permite ganar fuerza, y la fuerza puede ser convertida en poder. Aquí se cruza por una especie de transición cuando estas fuerzas excluidas descubren un territorio sin control, con seres humanos como ellos, que carecen de salud y de todo lo que en las Constituciones se llaman derechos, con seres que siendo ciudadanos agonizan, sin embargo, como seres humanos, que no tienen organización, que viven dispersos, y descubren que ellos son más fuertes y que pueden controlar estos territorios y a las personas que viven en ellos. Se ha entrado, de una manera casi natural, a un proceso de construcción de poder. Y así, se transforma la relación de las maras con las comunidades, y la relación de estas maras consigo mismas. Al cambiar la relación con las personas controladas también cambia la relación al interior de estos grupos organizados que estamos llamando maras. Se trata de un proceso dual que camina hacia afuera y también hacia adentro y crea las condiciones para la conformación de la pandilla.

 

El marero es así sustituido por el pandilleros, y aunque esto no es ni maquinal ni mecanice, ha funcionado y funciona en la sociedad, porque una pandilla resulta ser una expresión de poder y no solo de fuerza; es decir, que aparece un proceso de legitimación de la fuerza al interior de los grupos que les da a sus jefaturas capacidad de control y de toma de decisiones, es decir, de condiciones para adueñarse de los territorios, sometidos a su jurisdicción, que pasan a ser una especie de propiedad de una u otra banda.

 

Llegados a este punto, necesitamos esclarecer de donde toman las bandas su sustento ideológico y lo que pudiera llamarse su filosofía, es decir, de donde viene su visión del mundo, sus valores, su ética y su inteligencia. Aquí se descubre que es el mercado el que fundamenta el desempeño de las pandillas.

 

Esto no es sorprendente, dado que el mercado es el regulador de la sociedad, el amo de millones de consumidores que sustituyen, como hemos dicho, a los ciudadanos que nunca fueron. Veremos después cómo opera esta relación entre pandilla y mercado.

 

*Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña

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