Jueves, 17 Diciembre 2015 00:00

Año 2015:la violencia y la pobreza en El Salvador tienen rostro de mujer

© Juan Carlos/Corbis © Juan Carlos/Corbis

Deysi Cheyne.


A punto de concluir un año más en la historia de El Salvador, es bueno dejar constancia de nuestra indignación por las precarias condiciones sociales, económicas, políticas, culturales y ambientales en las que sobreviven miles de mujeres y hombres salvadoreños cuyos derechos, contemplados en leyes y normas constitucionales, no son motivo de preocupación para el funcionariado público responsable de atenderlos. El aparato estatal salvadoreño, agrandado costosamente para que funcione en favor de los derechos ciudadanos, se ha vuelto indiferente, incapaz e irresponsable para atender las exigencias y demandas de las y los contribuyentes que miran, estupefactos, como sus impuestos se diluyen en obras y servicios poco eficientes para el bienestar de toda la población.

Los males generados por el modelo neoliberal impuesto desde hace 25 años: los programas de ajuste estructural, las privatizaciones, la dolarización de la economía, la migración masiva, la invasión cultural del machismo y la misoginia, la mercantilización de la vida, el desprecio y la humillación por las personas más vulnerabilizadas, el abuso y deterioro de nuestro territorio y recursos, en fin, toda la Caja de Pandora de este sistema patriarcal capitalista que nos toca enfrentar, son, hoy por hoy, una espada de Damocles que pende sobre la vida, particularmente, de las mujeres, a quienes toca suplir todo aquello que el Estado salvadoreño no provee.

La pobreza y la violencia en El Salvador, con mucha frecuencia, se evalúa en cifras estadísticas que pocas veces dan cuenta de su impacto diferenciado hacia las mujeres y los hombres. Se hace necesario colocarse los “lentes de género” para ver esta realidad de manera más profunda y analítica y descubrir las razones por las que a pesar de este agravamiento de las condiciones de vida de la población, los hogares salvadoreños y las economías populares no llegan al colapso. Quién suple lo que el Estado no garantiza, a pesar de su obligación con la ciudadanía? Quién vela porque niños, niñas, adolescentes y jóvenes crezcan y se desarrollen? Cómo se garantiza su alimentación, el agua, la salud, la educación, los cuidados y su crianza? A quién le toca cuidar enfermos, personas discapacitadas, ancianos/as, si no hay Estado para cumplir con estos derechos? Son las mujeres las que asumen esta responsabilidad garantizando la vida y su reproducción. Es su trabajo gratuito y por amor el que sostiene la posibilidad de sobrevivir de toda la sociedad, principalmente la más marginalizada.

Datos estadísticos recientes del PNUD2 dan cuenta de parte de esta realidad: en El Salvador, considerado por este organismo como de desarrollo humano medio, las mujeres tienen un 47.8% de participación en el mercado laboral y ganan en promedio 15.5% menos que sus pares hombres, aún cuando su escolaridad promedio es mayor. Además, solo un 22% de mujeres ocupan cargos directivos. En el caso de labores no remuneradas, realizan en promedio 3 de cada 4 horas de trabajo. El informe destaca que un 30.7% de jóvenes mujeres del área urbana no trabajan ni estudian, frente a un 14.5% de jóvenes urbanos hombres en las mismas condiciones. Asimismo, el 8.7% de niños y adolescentes entre 5 y 17 años está en condición de trabajo infantil. El PNUD plantea 3 retos principales que deben ser resueltos con urgencia: mayor acceso al empleo juvenil, el cierre de las brechas de inequidad de género y el combate del trabajo nocivo, en específico el trabajo infantil, enfatizando la necesidad de un pacto por el trabajo decente, basado en el diálogo nacional, y una apuesta al desarrollo de capacidades por medio de un sistema educativo de calidad, inclusivo y transformador.

Entonces, si las mujeres realizamos la mayor parte del trabajo de cuidados no remunerado, a causa de lo cual somos las que tenemos menos tiempo que los hombres para dedicarnos a otras actividades como el trabajo pagado, la educación, la capacitación o el ocio, es decir, si las mujeres somos las sostenedoras de los hogares y sus familias, por qué somos uno de los países con las tazas mas altas en feminicidios del mundo? Por qué la misoginia masculina se ha elevado al nivel de exterminar a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres? Las cifras son escalofriantes. Entre enero y octubre del presente año, 475 mujeres fueron asesinadas3, es decir, una mujer cada 16 horas. 183 asesinatos más en comparación con el 2014. El 40.57% eran mujeres jóvenes de 15 a 29 años. Solo el 19% de estos asesinatos han sido considerados como feminicidios, según el ISDEMU.

Por qué se mata a las mujeres en El Salvador? Se preguntaba la periodista Laura Aguirre, en un reportaje de El Faro publicado en junio de 2015, señalando que las cifras dan idea de la magnitud del problema pero no de sus causas. A ella le preocupa, además, la “indiferencia ciudadana que puede provocar el solo recuento de cadáveres” sin importar las historias detrás de las cifras.

Pobreza y violencia van juntas, una es generadora de la otra. Necesitamos estudiar más este vinculo perverso que daría cuenta del impacto real que pesa sobre la vida de las mujeres salvadoreñas. No podemos seguir conformándonos con decir que ocupamos los primeros lugares en semejantes rubros. Que podemos y debemos hacer en un país atrapado en el círculo de violencia mas atroz que hemos vivido nunca?

El movimiento de mujeres debe declarar alerta roja y en emergencia para atender este flagelo, analizando profundamente el estado actual del fenómeno, discutiendo ideas sobre que se puede hacer y construyendo estrategias para demandar una actuación más eficiente de parte del Estado.

El ISDEMU es el rector de las dos mejores leyes que se han conseguido en los últimos años para avanzar en los derechos de las mujeres y en mayores niveles de igualdad social y de género. Que ha pasado con ellas, cuando se van a implementar nacional y territorialmente, cuanto presupuesto se le ha destinado para su ejecución operativa. En esto tienen la palabra las funcionarias del ente rector, las diputadas, las ministras, de las que se espera mayor sensibilidad para tomar decisiones.

En medio de la angustia que vivimos en solitario, desde todas las instancias responsables, desde el entusiasmo que ha caracterizado al movimiento de mujeres, tomemos la iniciativa, convoquemos a un gran foro nacional para pensar juntas y organizarnos juntas. Al fondo de la Caja de Pandora siempre quedará el espíritu de la esperanza, la fuerza que nos puede empujar a buscar luz al final de este túnel que parece interminable, pero no lo es.

Coordinadora de la Unidad de Género de la Universidad Luterana Salvadoreña.

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