Jueves, 28 Mayo 2015 00:00

La educación no sexista como estrategia para avanzar en la igualdad y la equidad de género: retos para las universidades del siglo XXI

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Deysi Cheyne*
 
Durante los días 20 al 23 de abril recién pasado, en las instalaciones de la  Universidad Luterana Salvadoreña, se llevó a cabo una jornada intensa sobre la  “Gestión de la Calidad Educativa en las Instituciones de Educación Superior”, convocada por el Consejo Nacional de Rectores de El Salvador, CONARES. La facilitación de esta actividad estuvo a cargo del Dr. Ramón Sánchez Noda, Director del Ministerio de Educación Superior de la República de Cuba, quien compartió con las y los participantes una serie de elementos novedosos que constituyen verdaderos desafíos para las universidades salvadoreñas en la actualidad.
 
Al referirse a la calidad de la educación superior, Sánchez Noda subraya la necesidad de que la academia incorpore en su misión y visión, aquellos valores y principios que la vuelvan pertinente, en el sentido en que fue consensuado en la “Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI: Visión y Acción”. Concretamente, la pertinencia de la educación superior se evalúa “en función de la adecuación entre lo que la sociedad espera de las instituciones y lo que éstas hacen. Ello requiere normas éticas, imparcialidad política, capacidad crítica y, al mismo tiempo, una mejor articulación con los problemas de la sociedad y del mundo del trabajo, fundando las orientaciones a largo plazo en objetivos y necesidades societales, comprendidos el respeto de las culturas y la protección del medio ambiente”.
 
Esta declaración mundial mandata que “la educación superior debe reforzar sus funciones de servicio a la sociedad, y más concretamente sus actividades encaminadas a erradicar la pobreza, la intolerancia, la violencia, el analfabetismo, el hambre, el deterioro del medio ambiente y las enfermedades, principalmente mediante un planteamiento interdisciplinario y transdisciplinario para analizar los problemas y las cuestiones planteados. La educación superior debe aumentar su contribución al desarrollo del conjunto del sistema educativo, sobre todo mejorando la formación del personal docente, la elaboración de los planes de estudio y la investigación sobre la educación. En última instancia, la educación superior debería apuntar a crear una nueva sociedad no violenta y de la que esté excluida la explotación, sociedad formada por personas muy cultas, motivadas e integradas, movidas por el amor hacia la humanidad y guiadas por la sabiduría”. 
 
Cada universidad, planteó el Dr. Noda, define con qué valores y principios asume su labor académica y como éstos deben ser monitoreados y evaluados a la luz de la propia práctica académica y su vinculación con el entorno en el que se desempeña.
 
Tomando esto como un verdadero reto para nuestras universidades, y reconociendo lo valioso que resulta el concepto de pertinencia, así planteado, el presente artículo centra la atención en la necesidad de que la educación superior adopte valores y principios venidos desde el feminismo  que hoy resultan clave para lograr que desde la academia se aporte a una sociedad más humana y más vivible.
El sexismo: un gigante con los pies de barro.
 
El sexismo es una forma de discriminación por razones de sexo que fomenta la desigualdad social entre hombres y mujeres, impidiendo que éstas se desarrollen plenamente. La diferencia sexual, que es biológica, construye una diferencia social que afecta negativamente a las mujeres, y es, sobre esa base, que se instala en el imaginario social la idea de que la mitad de la población, que somos las mujeres, es inferior a la otra mitad, que son los hombres, naturalizando de esta manera la discriminación hacia las mujeres. Como se parte de que  las diferencias físicas entre los hombres y las mujeres son naturales, entonces las actitudes, comportamientos, creencias y formas de pensar, también lo son y no se pueden cambiar, y así, la sociedad nos asigna roles diferenciados a hombres y mujeres que se consideran dados por la naturaleza e imposibles de ser modificados, lo que impide que las mujeres gocen de los mismos derechos que los hombres. Todo este sistema de ideas constituye al patriarcado cuya base fundamental es la división sexual del trabajo en dos mundos separados: uno público, el de los hombres, y otro privado, el de las mujeres. En el público está el trabajo productivo, la política, la economía; en el privado está el trabajo doméstico, reproductivo, el cuidado de la familia, los afectos, etc. Esta jerarquización de la sociedad está basada en este sistema de ideas y las ideas se manifiestan en palabras, que son construcciones culturales. Estas palabras, en cualquier idioma, las hablamos hombres y mujeres y las enseñamos a nuestra descendencia. El sexismo permea toda la vida cotidiana en el trabajo, en la familia, en la iglesia, en el deporte, en la recreación, en la política, en las leyes. El sexismo prohíbe a los hombres ser tiernos, llorar, tener miedo, y a las mujeres les manda sumisión, dependencia, y ser responsable de toda la crianza y cuidado de sus hijas e hijas, en fin, todas las creencias y prácticas que mantienen su subordinación respecto a los hombres.
 
Un característica principal del sexismo es que al ser parte de la vida cotidiana no suele manifestarse de manera explícita o consciente; las personas lo van haciendo parte de su cultura, su forma de ser, de sus valores y de su forma de ver el mundo, por eso se va reproduciendo y transmitiendo automática e inconscientemente de generación en generación. Así, desde la familia y la escuela,  el proceso de socialización va arrastrando también la discriminación, fomentando normas restrictivas para las niñas y muy permisivas para los niños. Lo vemos en el aula: se tiende a darle la palabra más a los niños que a las niñas, cuando las chicas piden la palabra se les interrumpe y se pone más atención cuando hablan los chicos. Se fomenta más el protagonismo de los varones y se elogia mejor los resultados académicos de ellos que los de las niñas Algunos docentes ponen a prueba las capacidades y habilidades de las alumnas estudiando carreras consideradas “masculinas” o se tiende a normar más la  disciplina de los varones y a fijarse más en la apariencia física, la postura corporal o el vestuario de las niñas. 
 
Entonces, acabar con la discriminación y la desigualdad hacia las mujeres pasa por derrumbar este sistema de ideas expresadas en el lenguaje sexista, en los estereotipos construidos, en los símbolos de superioridad masculina y en la revaloración de la historia y de los saberes de las mujeres. Aquí es donde la educación aparece como uno de los mecanismos idóneos para avanzar en la destrucción del sexismo. A diferencia de la enseñanza, cuyo propósito es inculcar información referente al mundo donde vivimos: leyes, hipótesis, teorías científicas, etc., la educación, en cambio, nos transmite valores y principios que nos ayudan a relacionarnos con las demás personas y con el mundo, comprometiéndonos con sentimientos, emociones y afectos hacia las y los otros. Por eso encontramos personas con muchas habilidades intelectuales pero con una débil inteligencia emocional.
 
La Educación No Sexista o Coeducación como alternativa para combatir el sexismo.
 
Identificar todas las manifestaciones sexistas de desigualdad en los centros educativos, a todo nivel, y tomar la decisión consciente y planificada de hacer un proceso de cambio en metodologías, contenidos y en todas las dinámicas institucionales, se convierte en el paso más trascendental para iniciar el camino hacia la igualdad a través de lo que se llama: educación no sexista o, como se conoce en otros países, la coeducación. Se trata de una propuesta político-ideológica para cambiar actitudes y enfoques en la enseñanza, dirigida a toda la comunidad educativa, con el propósito de alcanzar un desarrollo integral de hombres y mujeres, superando desigualdades genéricas, ofreciendo igualdad de oportunidades para ambos sexos, promoviendo derechos, fomentando valores de igualdad, equidad, justicia social y justicia de género. 
 
Y aquí es muy importante reconocer los medios y los fines para lograr estos cambios porque no se trata de crear nuevas áreas de conocimiento sino penetrarlas todas, promoviendo el desarrollo de la personalidad individual, combatiendo el sexismo ideológico y cultural existente en nuestros centros educativos y luchando para erradicar la subordinación y desigualdades sociales de las mujeres. La educación no sexista incluye la transversalización del género como principio, garantizando que sea un eje para todas las áreas del conocimiento y que el personal docente tenga una asimilación teórica y metodológica para llevarlo al aula. También incluye la promoción de medidas de acción positiva específicas para lograr disminuir las brechas de carácter económico, cultural y social, es decir, promover medidas específicas para eliminar la discriminación hacia niñas, jóvenes y adultas, dentro del sistema educativo. 
 
El cambio esperado desde la escuela supondría un enorme aporte a los cambios fundamentales dentro de la familia y otras instituciones socializadoras y formadoras de las nuevas generaciones: la valoración de las personas no en función del sexo al que pertenece, el reconocimiento de la diversidad sexual y genérica como una riqueza humana y no como segregación, la condena social hacia la violencia contra las mujeres y la posibilidad de una vida armoniosa con relaciones de poder igualitarias y equitativas, la educación como medio para un desarrollo y una democracia con perspectiva genérica.
 
El gran reto y desafío, al mismo tiempo, es que esa pertinencia planteada desde la Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI, incorpore los valores y principios de la igualdad y la equidad, ampliamente estudiados y enriquecidos desde la teoría feminista. Según Naciones Unidas, la igualdad de género implica igualdad en todos los niveles de la educación, en los ámbitos del trabajo, el control equitativo de los recursos y una representación igual en la vida pública y política. Por equidad de género se entiende el trato imparcial entre mujeres y hombres, de acuerdo a sus necesidades respectivas, ya sea equitativo o diferenciado, pero considerado equivalente, en lo que se refiere a derechos, beneficios, obligaciones o posibilidades. Aquí entran en consideración las medidas de discriminación positiva hacia las mujeres en aras de compensar sus desventajas históricas y sociales.
 
Promover estos valores en el aula, en la investigación universitaria, en la formación docente, en la extensión universitaria, en fin, en toda la dinámica académica, producirá transformaciones humanas y sociales fundamentales que abonarán a la destrucción de esos pies de barro que tiene el monstruo llamado sexismo.
 
*Programa de Género de la Universidad Luterana Salvadoreña
 
 
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