Jueves, 29 Octubre 2015 00:00

La Pandilla de mercado: cárcel y poder (Parte III)

Dagoberto Gutiérrez

En el abordaje de este tema, hemos establecido un proceso que construye como escenario fundante la total exclusión económica a la que el modelo neoliberal somete a la población situada en los niveles inferiores de la sociedad. En esa exclusión aparecen los grupos iniciales de muchachos y muchachas disidentes del orden brutal que los hunde y oprime. No son trabajadores y no se trata, por eso, de gente que vende su fuerza de trabajo. Entonces, se puede pensar que no son explotados, pero sí son excluidos.

Esta disidencia no llega a construir ni a expresar un orden nuevo, y es conocida en la sociedad con el término genérico y casi discrecional de “maras”.

Estas maras se están extendiendo rápida y permanentemente, expresando que la sociedad salvadoreña es un caldo de cultivo también permanente para esta especie de grupos desafectos ante el orden neoliberal. En realidad no llegan a elaborar un mundo alternativo pero deciden una construcción de vida aparte, que incluye su propia comunicación, con su propio alfabeto y el inicio de una organización social diferente y superior.

Se trata de un proceso interno en donde las maras se transforman en pandillas y dejan de ser grupos irregulares y transitorios e informales, para alcanzar estabilidad, permanencia plena, entrega y compromiso total, casi de vida y muerte, a un determinado credo y a una jefatura que es obedecida a sangre y fuego. La pandilla adquiere poder económico a través de la renta, y el sistema de cobro establecido requiere total lealtad y total control. Cualquier irregularidad o incumplimiento es cobrada con la vida misma. Al mismo tiempo, la pandilla ha ganado poder político y lentamente se va convirtiendo en un poder semi-clandestino que controla la vida de las personas que habitan en un territorio determinado.

Usamos la figura de poder político con un sentido de dominación y no con el sentido de poder obediente al que nos adherimos. Esta es la naturaleza del poder que se exige al funcionario, es decir, la persona que administra un poder ajeno que pertenece al pueblo, del cual es simplemente un delegado y no tiene más facultades que las que expresamente le da la ley. Por supuesto que los funcionarios no ejercen el poder obediente al que nos referimos, sino el poder dominante, similar al de las pandillas. Es el poder que supone la fuerza y, en el caso del funcionario, presupone la corrupción. Esta es  la corrupción del poder político, referida al funcionario; pero en el caso de la pandilla, hablamos de poder político para referirnos al dominio que la pandilla ha llegado a ejercer sobre determinados territorios del país.

Este dominio viene ciertamente de la fuerza y del miedo. El mando de la pandilla realiza ejecuciones ejemplificantes, inclementes, que están diciendo a las personas lo que les va a ocurrir en caso de desobediencia.

Es el mismo método usado por Josué, el Josué bíblico, en la ciudad de Jericó, cuando ordenó degollar a toda la población; y el mismo método usado por Hernán Cortez en Cholula, cuando avanzaba hacia Tenochtitlan. Es el miedo como presupuesto de la obediencia y del sometimiento. Y los jefes de las pandillas conocen esto a plenitud y lo aplican inflexiblemente.

Los territorios han sido previamente abandonados por el Estado que ha entregado el control al mercado; y a este mercado le interesa el territorio como habitación de consumidores que deben dedicarse a comprar las mercancías a toda costa.

Así las cosas, observamos que en los territorios conviven en armonía y sin conflicto preponderante el mercado y la pandilla. Es cierto que la renta abarca a los mercaderes que entran a los territorios, que pagan una especie de peaje y que simplemente lo presupuestan y se lo pasan al consumidor. Pero se establece una especie de convivencia entre el mercado y la pandilla, compartiendo el dominio sobre el territorio y sobre sus habitantes: el mercado lo ocupa y lo domina mediante la distribución de sus mercancías, y los habitantes deben ser consumidores fieles, permanentes y leales. Para eso está el aparato ideológico de Estado que ha construido en la subjetividad de las personas el férreo edificio del consumo como el más alto símbolo de la vida.

La pandilla controla a la comunidad, sin chocar con el mercado, y extrae de la misma el dinero de la renta, que sin duda adquirirá diferentes formas y tamaños, pero que se basa en la fuerza más permanente y más brutal. Este fenómeno se establece justamente abajo en la sociedad, en los niveles periféricos, donde se mueven los excluidos, en donde están los abandonados por el Estado y controlados por el mercado. En cierto modo, la pandilla es como el orden construido abajo y que garantiza el funcionamiento del mercado.

Aquí encontramos una relación insospechada entre mercado y pandilla y descubrimos los nexos entre una y otra fuerza:

Ambas fuerzas son brutales e inclementes y existen y funcionan por sí mismas, no necesitan justificarse ni fundamentarse. Simplemente son, están ahí y deben ser acatadas. Han establecido términos de convivencia y hasta coordinación.

El mercado proporciona a la pandilla su filosofía y sus métodos. Los pandilleros usan ropa y prendas de vestir destacadas en la publicidad, y sin duda, sus mandos también funcionan como empresarios u hombres de negocios,  con sus medios de transporte y su presencia adecuada, de tal manera que todo parezca como una actividad de negocios. Es decir, como ejerciendo la más legítima, sagrada, correcta y conveniente actividad que el ser humano puede llegar a ejercer. Es la actividad mercantil que hace de la otra persona un consumidor.

La pandilla controla y somete el territorio donde opera el mercado sin dificultad, y sustituye al Estado imponiendo y cobrando tributo, así como el Estado impone los impuestos.

Hay un proceso de legitimación de una actividad pandilleril que adquiere la forma de un negocio y hasta de una simple actividad mercantil de donde nace un poder económico, incontrolado e incuestionable, que sin duda se incorporará en determinadas formas a las venas y arterias del mercado. Pero esto, no aparece a simple vista, porque la pandilla es presentada y hasta representada como un simple símbolo de delincuencia y de delincuentes, sin mostrar sus significados no evidentes y sus relaciones con el poder político que se ejerce en nuestro país por décadas.

La pandilla al igual que el mercado ejerce un poder económico, ideológico y político, pero ha construido también, al igual que el mercado, un poder militar. Este es consustancial a toda actividad mercantil. Por eso, cada banco tiene una especie de ejército propio y cada negocio tiene personas armadas a su servicio, y cada agencia de seguridad hace negocio con su ejército de hombres armados. De tal manera que ese poder militar es al mismo tiempo un poder mercantil que se compra y se vende, se alquila, y sus soldados son hombres y mujeres uniformados, brutalmente explotados,  en distintos lugares del territorio. Este es un sangramiento social brutal, que es sin embargo, legitimado, y aparece como seguridad. El nombre opera como una especie de agua bendita que busca ennoblecer una explotación sin límites.

Pues bien, la pandilla adopta la misma lógica y arma a sus unidades, y puede llegar a convertirse en la seguridad que, basada en el terror, extiende su control sobre más territorio. Mientras tanto, el Estado, o a lo que estamos llamando Estado, que es un conjunto de aparatos que son instrumentos mercantiles, o el ámbito donde se hacen negocios, precisamente privados, y donde ha desaparecido el sentido público que la Constitución establece, esos aparatos que estamos llamando Estado entran en conflicto con las pandillas, pero no entran en conflicto con el mercado.

Es necesario comentar esta relación.

 

*Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña

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