Miércoles, 18 Marzo 2015 00:00

La moral y las elecciones

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Rubén Fúnez*

Tenemos la impresión que las cúpulas partidarias, tanto las llamadas de derechas como las llamadas de izquierdas, e inclusive la embajada norteamericana, se han metido, en la actual situación política, a “moralizadores”, en el sentido preciso de prescribir reglas a los seres humanos, cuando estos se encuentran  con un problema respecto al cual no tienen claridad de cómo comportarse y que, por lo tanto,   requieren de una norma o de normas que le aclare el modo de acuerdo al cual  deben regir su conducta.


Tenemos la impresión que este papel es el que han estado desempeñando los grupos antes aludidos y lo decimos, justamente, porque han sido ellos los que han estado solicitando a la población madurez, paciencia, responsabilidad ante el lento proceso del conteo de los votos.


Hoy, al menos que nosotros sepamos, a pesar de haber  pasado casi dos semanas del suceso electoral, no se han manifestado los famosos grupos que en otrora, ante la lentitud de horas para entregar los resultados, exigieron el conteo de voto por voto; tampoco hemos oído que la población haya concertado reunirse en algún lugar del gran San Salvador y marchar hacia el lugar en el que se está realizando este penoso esfuerzo de contar votos.


Es decir, ni de un lado ni de otro han habido pronunciamientos, y esto parece indicar que tienen toda la razón del mundo los que han alabado a este pueblo por la paciencia demostrada, o han sido muy efectivos los que les han pedido madurez y responsabilidad.


Todo esto nos lleva a reflexionar acerca de dos cosas. La primera reflexionar  acerca de la importancia de la moral en nuestras sociedades. La segunda,  reflexionar acerca de la función ideológica que puede cumplir la moral en nuestro pueblo.


Comencemos por la primera inquietud. Repitiendo, probablemente a Durkheim, decimos que el individuo es una abstracción, en el riguroso sentido de establecer que en una sociedad lo que es concreto es el grupo. Este punto de vista donde se ve con más claridad es precisamente en la moral. Todos los seres humanos necesitamos de un conjunto de reglas, que no sólo nos permiten actuar en la sociedad de la que formamos parte, sino que son los medios que nos posibilitan relacionarnos con los demás. En este sentido, contar con una moral es un asunto inexorable.


Por eso tiene razón Fernando Savater cuando dice que en asuntos de moral nos va la vida, indicando con ello que podemos vivir perfectamente bien, sin saber física, matemáticas o cualquier otra de esas serias disciplinas que estudiamos en la universidad, sin embargo, no podemos vivir sin moral. De hecho Adela Cortina dice que podemos vivir sin ética, o con una ética sin sustento moral, pero no sin moral. Incluso, el mismo Descartes, cuando se embarcó en ese penoso esfuerzo de describir la situación existencial del hombre europeo del siglo XVII, tuvo que suponer una moral provisional.


Es decir, la importancia de la moral en las sociedades contemporáneas es un hecho de realidad, algo de lo que no pueden prescindir los seres humanos.


Sin embargo, cuando nos metemos a analizar esos valores que se suponen que nos dan determinada identidad; esos valores que nosotros llamamos valores no negociables, por tratarse de valores que nos retratan, que permiten que seamos los seres humanos que decimos ser, nos encontramos con la situación de que se trata de valores que hemos interiorizado por pertenecer a la sociedad de la que formamos parte. Es decir, ni esos supuestos íntimos valores nos pertenecen, por eso tiene sentido decir, que el individuo es una abstracción y que lo concreto es el grupo social, que además requiere de normas y valores para regular el comportamiento de los individuos en sociedad.


Respecto a  la segunda inquietud, ocurre que los valores que decimos tener, no los tenemos porque exista un aparato coercitivo que nos exija observar dichos valores, sino que cada uno de los individuos han creído que son dignos de ser tenidos como patrones de conducta, y que de hecho ha aceptado íntimamente. Digamos que toda nuestra superestructura moral la hemos adquirido con nuestra anuencia.


Sin embargo, cuando escuchamos tan masivamente que este pueblo es maduro, responsable, paciente, caigamos en la cuenta que se trata de valores, no dejamos de sospechar que se trata de una atroz justificación ideológica que permite a los grupos en el poder, mantener controlado a este pueblo. Que este control ha sido efectivo se manifiesta en el hecho de que el pueblo sigue sin decir nada; aunque todavía no sepa los resultados de las votaciones, a las que con tanta madurez cívica asistió. Amigos en esto de la moral hay mucha tela que cortar.    


*Catedrático e investigador de la Universidad Luterana Salvadoreña.

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