Miércoles, 11 Marzo 2015 00:00

Una mirada feminista a la democracia salvadoreña (I)

imagen:unwomen.org imagen:unwomen.org
Deysi Cheyne*
 
Este 8 de marzo, el movimiento de mujeres a nivel internacional y nacional celebra el Día de las Mujeres, en homenaje a la lucha tenaz que miles de mujeres en todo el mundo han llevado a cabo durante siglos, enfrentando la desigualdad, la discriminación y la explotación de los dos sistemas más oprobiosos que han castigado a la humanidad: el capitalismo y el patriarcado.
 
Fue en 1910, durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Dinamarca, juntó a más de 100 mujeres procedentes de 17 países, que a propuesta de la feminista comunista alemana, Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, con el propósito de reivindicar los derechos de las mujeres y reconocer las luchas de mujeres obreras de la época, en defensa de sus derechos laborales. Otras mujeres socialistas como Rosa Luxemburgo, AleksandraKolontái, NadezhdaKrúpskaya e InessaArmand, también participaron en esta conferencia. 
 
Un año después, el 19 de marzo de 1911, se celebra el Día de la Mujer, por primera vez, en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, con mítines a los que asistieron más de un millón de personas, que exigieron para las mujeres el derecho al votoy a ocupar cargos públicos, el derecho al trabajo, a la educación, a la salud y a la no discriminación laboral.
 
En El Salvador, la primera vez que se celebró el Día de las Mujeres fue en 1988, con una marcha por la paz y por una salida negociada al conflicto militar. Fue la Universidad Nacional la que acogió a decenas de mujeres, muchas de ellas provenientes de los frentes de guerra, quienes durante dos días deliberaron y acordaron sumarse a las demandas de aquella época de guerra civil. Para entonces, varias organizaciones de mujeres habían surgido ya desde 1985, inspiradas en la Tercera Conferencia Internacional sobre la Mujer, celebrada en Nairobi, Kenia, y que levantó las banderas de la paz, el desarrollo y la igualdad.
 
Con la firma de los acuerdos de paz, el 16 de enero de 1992, las organizaciones de mujeres enfrentaron el desafío de como participar en aquel proceso de transición a la democracia que se abrió con el fin de la guerra de 20 años, y en la que muchas de ellas habían participado ocupando cargos importantes en su conducción y en todas las facetas de la lucha político militar que se libró en aquellos años.
Revisar lo que ha pasado con la democracia salvadoreña, desde una mirada feminista es, por demás, interesante, y nos ayudará a comprender los viejos y nuevos desafíos de cómo seguir luchando.
 
La realidad actual de El Salvador no se puede entender sin considerar los años de guerra civil que dieron paso a unos acuerdos de paz que pusieron  fin  al conflicto armado pero mantuvieron  intactas muchas de las causas que la habían generado. El fin negociado de la guerra permitió acabar con la dictadura militar  y con la exclusión política de los sectores de izquierda que durante décadas lucharon por instaurar un gobierno más representativo de los intereses populares,  pero no terminó ni con el autoritarismo ni con la exclusión social, económica, educativa y cultural;  por el contrario, el modelo económico afianzado durante la post-guerra, acrecentó  esta exclusión,  y la democracia electoral limitada e insuficiente, no alcanza a todos los sectores ni a todas las mujeres, marchitando paulatinamente las esperanzas puestas en el fin de la guerra y  en el advenimiento de la paz.
En estos 23 años de post guerra,  El Salvador ha sido considerado una especie de laboratorio donde se experimentan diversas estrategias de reconstrucción social  que, sin pasar  por la reconciliación basada en la verdad, la justicia y el perdón, no ha tenido el asidero suficiente para su sostenibilidad.  Se ha intentado la descentralización sin modificar el ejercicio del  poder de arriba hacia abajo; se ha planteado la participación ciudadana sin asegurar la presencia de ésta en la toma de decisiones fundamentales a todo nivel; se ha conocido la democracia representativa sin avanzar hacia una democracia participativa.  Finalmente, se ha entablado una tensa relación entre avances democráticos del régimen político y retrocesos significativos en la calidad de vida de las personas, haciendo de las aspiraciones democráticas, abiertas con los acuerdos de paz, un permanente sentimiento de  frustración, desengaño y, en el mejor de los casos, una real convicción de que se necesita seguir luchando contra las viejas y nuevas inequidades existentes, en un mundo mucho más complejo que cuando  la guerra inició hace ya un cuarto de siglo.
 
La conciencia de que la democracia debía construirse bajo una perspectiva incluyente, donde mujeres y hombres tuvieran iguales oportunidades y se buscaran relaciones más equitativas entre ellos, llegó a El Salvador bajo la influencia de las 3 primeras conferencias internacionales sobre la mujer.  Después de los acuerdos de Nairobi en 1985, y en los años más crudos de la guerra, surgieron varias instituciones y organismos de mujeres que se propusieron luchar junto a otros organismos sociales, por el fin de la guerra y la construcción democrática con justicia social, pero tomando en cuenta también los intereses y las necesidades de las mujeres, que constituyen la mitad de la población salvadoreña. De entre aquellas mujeres que dieron su vida en la guerra y las que sobrevivieron a ella, demostrando sus enormes potencialidades, surgió  un sector organizado que, aprovechando los espacios que se habían generado, comenzaron a incidir con sus propuestas, sus análisis, sus investigaciones, sus iniciativas, preocupadas porque la construcción democrática fuera permeada por  una visión  diferente.
 
Los primeros en ser influídos con esta nueva visión de género fueron los partidos políticos de izquierda que, gracias a la presión interna de las mujeres, comenzaron a crear instancias especializadas y a decretar mecanismos y procedimientos que facilitaran la incorporación de más mujeres en sus puestos directivos y en cargos de elección popular. Para los partidos era un paso conveniente, tomando en cuenta el peso de las mujeres en el mercado de votos. En 1994, cuando se celebraron las primeras elecciones de post-guerra, las mujeres organizadas en una amplia concertación  denominada “Mujeres 94” formularon su primera Plataforma de las Mujeres Salvadoreñas, donde se planteaban las propuestas de solución a lo que se consideraba la problemática específica de las mujeres.  Igualdad de derechos y oportunidades, acceso y control a los recursos, respeto a la dignidad, maternidad libre y voluntaria, combate a todo tipo de violencia contra las mujeres,  participación política y en la toma de decisiones, combate a la feminización de la pobreza, fueron algunas de las fundamentales reivindicaciones que se presentaron ante los principales candidatos/as en contienda. Se  tenía la esperanza de que convirtiendo las demandas en políticas públicas, bajo la tutela del Estado,  se comprometía a los funcionarios públicos, electos por el voto, a velar por su cumplimiento.
 
Como resultado de la incidencia de la 4a. Conferencia Internacional sobre la Mujer, celebrada en Beijing, en 1995,  el gobierno creó  el primer órgano rector de políticas públicas para el desarrollo de las mujeres, el ISDEMU, en cuya Junta Directiva participamos 2 representantes del movimiento de mujeres. En 1996, con la participación de numerosas mujeres, y en el marco de una inédita negociación con  el gobierno, se formuló la Política Nacional para el Desarrollo de la Mujer: un conjunto de políticas públicas que involucraron a ministerios y entes estatales, obligados a dar resultados de su cumplimiento. A 19 años de esta experiencia, las organizaciones de mujeres salvadoreñas hemos evaluado el cumplimiento de dicha política y el proceso de interlocución realizada con el Estado. La evaluación señala un cumplimiento formal, mediocre y de bajísimo impacto, comparado con las metas que se habían propuesto. Lo que podríamos considerar avances importantes de participación ciudadana de las mujeres tiene, a nuestro juicio, un contexto político, económico, social y cultural no favorable a nuestros intereses, que vuelve contradictorio el discurso oficial frente a la poca voluntad mostrada en el cumplimiento real de las acciones comprometidas.
 
* Deysi Cheyne es investigadora de la Universidad Luterana Salvadoreña.
Visto 4728 veces Modificado por última vez en Viernes, 13 Marzo 2015 14:24