Miércoles, 04 Marzo 2015 00:00

Guerra Social: código y clave. Parte IV

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Dagoberto Gutiérrez*

A estas alturas de la historia, ha sido construida una nueva sociedad que sustituye a aquella que se levantó bajo el control y dirección de la oligarquía cafetalera. Recordemos que en esos momentos la definición era simple, porque la economía se basaba en el café y era café lo que se exportaba. Las fincas cafeteras daban trabajo permanente a miles de personas y en la época de corta del grano de café en los meses finales del año, miles y miles de cortadores, incluso de otros países de CA, tenían asegurados sus ingresos.

Todo este mundo, con una seguridad feudal, fue derrumbado lenta pero seguramente, y la sociedad fue definida, tal como le hemos explicado en líneas anteriores; en tanto que los seres humanos fueron también construidos de acuerdo a la sociedad de mercado total, definida por las grandes empresas.

Se trata de una persona enfrentada a fuerzas superiores que no controla y frente a las cuales ni se enfrenta ni resiste, pero que lo moldean como la arcilla en manos del alfarero. El mercado resulta irresistible y el ser humano llega a saber que las cosas que le dan valor a él se las ofrece el mercado y entiende que su destino inexorable es adquirir esas cosas valiosas.

Esto construye una dependencia insuperable en la que la persona carece de capacidad para buscar opciones diferentes y el mercado la mueve a su voluntad: viste, calza, perfuma y hasta pinta a una persona de acuerdo a sus dictados, el dictado de un mercado prepotente y total. En este proceso, la persona deja de ser ella misma y alguien extraño la sustituye, al grado tal que la persona es ajena a la identidad real que ésta tiene en la vida real. Este es el proceso de enajenación.

La enajenación se acompaña inevitablemente del fetichismo de la mercancía porque para este ser humano, las mercancías que determinan su vida dejan de ser el fruto del trabajo de seres humanos, como él, dejan de ser cosas producidas y producto del trabajo social, y pasan a tener un valor mágico, superior a él, que le dan valor a él, y así, cada mercancía aparece dotada del poder de un fetiche que tiene capacidad, supuestamente, para darle a la persona una valía que se puede ver amenazada si no cuenta con esta mercancía. Este es el fetichismo que, como vemos, hace pareja con el proceso de enajenación, al que nos hemos referido.

El ser humano enajenado no se encuentra en la ciudad real en la que vive. No tiene posibilidad de ubicarse clasistamente, mucho menos de descubrir la forma en la que la sociedad en la que vive está organizada porque él vive aparentemente en una sociedad que al estar llena y casi inundada de mercancías, le resulta ser una sociedad con abundancia, en donde la clave consiste en tener los medios para adquirirla.

La historia no termina aquí porque también este ser humano se enfrenta a la competencia y se descubre asimismo compitiendo con los otros seres humanos por el empleo, el agua, los alimentos, la ropa, los amores, la belleza, la felicidad, etc. Se trata de enfrentarse y derrotar en esta competencia inevitable a todos los demás porque todos son una amenaza para el logro de sus necesidades y aspiraciones. Una persona así diseñada resulta incapaz de entender y practicar toda solidaridad, ésta carece de sentido en un mundo de rivales y adversarios, y de este modo la persona rechaza ofrecer toda solidaridad al que la pueda necesitar.

Al mismo tiempo no recibe ninguna solidaridad de los demás y aquí tenemos ya a una persona aislada y solitaria, incapaz de funcionar socialmente en la sociedad en la que vive y resentido de todos los demás que no lo ayudan, pero a la vez incapaz de brindar su ayuda a todos los demás.

Aquí tenemos ya todos los elementos para que este ser humano viva en un mundo inseguro, aislado y angustiado, y estos 3 factores son asegurados por la tercera fuerza insuperable que actúa sobre el ser humano, me refiero al capital.

Recordemos que al finalizar la guerra civil, El Salvador se hizo laboratorio de la filosofía neoliberal, su economía y su vida entera pasó a manos del capital de las grandes transnacionales, y todo el país, toda la sociedad, y todos los seres humanos, fueron hechos conejillos de indias, moldeados para hacer de ellos lo que son ahora: seres humanos incapaces de descubrirse a sí mismos en el espejo verídico de una revelación histórica.

Este capital es el amo de la vida del país y de las personas que dicta el tipo de organización económica, el tipo de educación, el tipo de derechos y la vida que las personas pueden realizar. La sociedad construida necesita impedir que los seres humanos sean capaces de rebelarse y levantarse contra el orden que los oprime y los explota, para ello, el capital usa dos instrumentos poderosos: el precarismo y la anomia social. Uno es un instrumento estructural y el otro es psicológico, como lo veremos posteriormente.

*Dagoberto Gutiérrez es Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña.

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