Lunes, 03 Enero 2022 00:00

El Salvador 200 años después

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Fotografía de dominio público, tomada de Pixabay.

 

Eduardo Badía Serra*


* Ingeniero Químico, New York, USA. 1992. Doctor en Química Industrial, Universidad de El Salvador, El Salvador, Centroamérica. 1966. Licenciado en Filosofía, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador, Centroamérica. 1990. Doctor Honoris Causa en Educación, Universidad Tecnológica de El Salvador.


Conferencia pronunciada el día martes 7 de septiembre de 2021 a las 10:00 horas, en el Auditorio N° 1 de la Universidad Luterana Salvadoreña, en el marco de las celebraciones de los doscientos años de la Independencia de El Salvador.


Estimados amigos:

Es un honor para mi poder participar en este importante evento que desarrolla la prestigiosa Universidad Luterana Salvadoreña, en el contexto de la conmemoración de los doscientos años de nuestra independencia. Agradezco a sus autoridades esta oportunidad para expresar unas ideas muy simples alrededor de este importante acontecimiento histórico.

Quiero entonces, a tenor de lo anterior, comenzar esta charla planteando dos preguntas como marco de referencia para la exposición posterior de este tan importante tema nacional:

En primer lugar, ¿Porqué El Salvador debe celebrar su independencia en esta fecha?, y, en segundo término, ¿De quién debe considerarse que se independizó el país? 

Este asunto de la independencia genera toda suerte de discusiones. En el marco oficial, hay una historia que parece invariable e indiscutible generada alrededor de algunas fechas y algunos prohombres, a la cual no parece admitirse discusión ni duda alguna. La independencia suele interpretarse y analizarse muy acríticamente, y se expone en una forma historiográfica cerrada y casi dogmática. Esta posición oficial, que se traduce en los libros oficiales, se ha sabido trasladar al ámbito popular con buen acierto. 

Hablamos particularmente de dos fechas únicas, el 5 de noviembre de 1811, y el 15 de septiembre de 1821. Y hablamos también de los próceres, Delgado, Arce, los hermanos Aguilar, Célis y otros. Instituciones académicas e intelectuales de renombre sostienen lo anterior, y cuando se trata de conmemorar la independencia, todo se reduce a un reconocimiento a la gloria anterior. Es así. Ha sido así por muchos años. Y ahora, el evento adquiere una mayor connotación por tratarse de la celebración del 200 años después que sucedieron dichos sucesos.

Considero, y aprovechando esta fecha especial de los 200 años, que es hora de dar a estos hechos un enfoque diferente, en el que se enjuicie críticamente lo sucedido en esos años, particularmente cuáles fueron sus efectos sobre el pueblo llano, que, a tenor de lo hasta ahora conocido, muy poco conoció y muy poco participó en dichos eventos, y, además, qué han significado para el país doscientos años de vida dentro de el marco de esa independencia. De ninguna manera intento negar esas tradiciones, que como tales, se han consolidado en las conciencias de nuestros compatriotas; simplemente, un mejor conocimiento y un mayor análisis crítico de los mismos, no sólo las sabrá mantener sino las enriquecerá dándoles un mayor y mejor apego a la realidad.

Veamos un poco: ¿Por qué el 15 de septiembre? En primer lugar, los hechos indican que la independencia fue un proceso, no un producto del instante sino de la suma de una serie de variables condicionantes que se fueron acumulando desde mucho tiempo antes. Recordemos que ya 500 años a.C., estas tierras nuestras habían sido pobladas por nuestros pueblos originarios, y que, al momento de la conquista, ya había un desarrollo cultural y una vida social determinada en dichos pueblos. No éramos, pues, un pueblo nuevo, sino un pueblo con un pensamiento propio y con una propia cosmovisión. Había, entonces, pueblo, y este, al margen de las visiones superficiales y a veces apocalípticas que se suelen esgrimir, existió hasta y durante la época de la colonia.   

Durante lo que se conoce como el período de las Provincias Unidas de Centroamérica, corto período de menos de tres años, a partir de la declaración de independencia de Guatemala, la provincia de San Salvador vivió una guerra política en donde los intereses de los estratos altos trataron de dirimir sus diferencias y establecer el predominio sobre dichas Provincias. El pueblo pareció estar ausente de dichos movimientos. 

Hay cuestiones importantes que sucedieron, las cuales la historia no ha podido en el fondo esclarecer. ¿Qué sucedió, por ejemplo, entre el 15 de septiembre de 1821, cuando Guatemala declara la independencia e “invita” a las demás provincias a seguir su ejemplo, y el 29 de septiembre del mismo año, cuando se verifica en San Salvador su propia declaración de independencia? ¿Por qué no celebramos el 29 de septiembre y lo hacemos el 15? ¿Qué intereses comunes existían entre las Provincias para que se unieran en el movimiento independentista? ¿Qué papel jugó el pueblo durante este período? ¿Porqué, a pesar de establecidas ya las Provincias Unidas, persiste la lucha contra España? ¿Porqué, ya siendo pueblos independientes, por ejemplo, el coronal Manuel Arzú ataca San Salvador en junio de 1822? Y algo especialmente importante de dilucidar, en mi opinión, y que tuvo unas consecuencias y dejó de tener otras para la vida de el país: ¿Cuáles fueron los motivos, intereses o circunstancias que llevaron a San Salvador a oponerse a la anexión del Imperio Mexicano de Iturbide, y cuál fue la motivación del criollismo, representado por José Matías Delgado, para proponer la anexión a los Estados Unidos? Debemos recordar que a esas fechas, Sonsonate y Ahuachapán no eran parte de la provincia de San Salvador. El primero lo fue a partir de diciembre de 1823, y el segundo, igual a partir de febrero 1824. Hubo un importante congreso Provincial presidido por Delgado, entre el 19 de mayo de 1822, y el 5 de diciembre del mismo año, del cual poco se sabe. ¿Qué sucedió en dicho Congreso?

A mi me parece que todas estas cuestiones han sido analizadas muy superficialmente, o no lo han sido, como elementos históricos importantes para el correcto conocimiento del proceso independentista. Es probable, no digo que no, que, en nuestros círculos académicos e intelectuales, estas cosas se conozcan mejor, pero el pueblo parece haber estado ausente de ello, desconociendo esencialmente la verdadera realidad de lo sucedido. Claro, la Academia Nacional, las Universidades, los círculos de pensamiento, trabajan en nuestro país bajo condiciones tan llenas de dificultades, que sus esfuerzos de divulgación se ven limitados y reducidos altamente.

Ha sido, pues, ese período de las llamadas Provincias Unidas de Centroamérica, a pesar de ser tan corto, uno de largos y sostenidos debates y guerras intestinas, en donde han predominado principalmente los intereses del criollismo y de las potencias externas, y en el cual muy poco han figurado las expresiones del pueblo llano. ¿Cómo variaron las condiciones en la vida de la población? ¿Fue, para ella, benéfico el resultado de dichos movimientos?

Al corto período de las Provincias Unidas sigue el de la República Federal, que se extiende desde 1824 hasta 1840, y en el que se consolida el Estado del Salvador con la instalación de la primera Asamblea Constituyente y se dan importantes hechos como la liberación de los esclavos, la primera Corte de Justicia y la promulgación de la primera Constitución. El 30 de abril de 1825, el General Manuel José Arce toma posesión como primer presidente, y simultáneamente se desata una guerra civil entre liberales y conservadores. La joven República se ve de nuevo envuelta en largas guerras intestinas y lucha de intereses entre los estratos altos de la población, pero el pueblo llano continúa siendo mero agente de todos estos movimientos. 

Grandes personajes como Francisco Morazán, Joaquín de San Martín, Mariano Prado y Rafael Carrera van apareciendo en esta larga escena. Tan ajena al pueblo es todo este proceso, que los verdaderos representantes de este no sólo son ignorados sino combatidos. El 24 de julio de 1833 es asesinado Anastasio Aquino. El 25 de febrero de 1840, Morazán abandona San Salvador, poniendo fin a esta larga etapa de la República Federal y su Distrito Federal. 

Es largo el detalle de los acontecimientos, pero este se ha resumido en un mero relato historiográfico. La historia poco nos dice de las condiciones del pueblo y de cómo el proceso federal afectó, positiva o negativamente, a la gente. Este es el defecto que nuestra historia guarda al momento: Su preocupación ha sido la descripción de las glorias y de los fracasos de los ilustres, pero poco se interesó por conocer las condiciones en las cuales el pueblo vivía.

En el mismo tenor se mueven los siguientes episodios: La llamada República Independiente, que se caracteriza por continuar la pugna entre liberales y conservadores, llega hasta 1870; la República Cafetalera, en la que la inestabilidad política y los intereses de los grandes gobernantes se intensifica. Se derrocan, durante este período, que va desde 1871 hasta 1913, tantos gobernantes como predominio de fuerzas hay: Es derrocado el presidente Francisco Dueñas; es asesinado el Vicepresidente Manuel Méndez; motines en San Miguel; es derrocado el presidente Del Valle; asume la presidencia el liberal Rafael Zaldívar; Francisco Menéndez derroca a Zaldívar; Carlos Ezeta derroca a Menéndez, y es a su vez derrocado por la guerra llamada de “los 44”, llegando al poder Rafael Antonio Gutiérrez; Gutiérrez es derrocado por Tomás Regalado, quien luego entrega al poder a Pedro José Escalón, quien lo entrega al General Figueroa; en el ínterin se da una guerra contra Guatemala. Finalmente, Figueroa entrega el mando a Manuel Enrique Araujo, quien es asesinado en 1913.

De aquí a la actualidad, el tenor del desarrollo nacional corre en el mismo sentido. No es necesario relatar los hechos, pero siempre la historia va desempeñando el papel de un simple relator de hechos antes que, del enjuiciamiento y crítica de condiciones, particularmente las condiciones de la población. La historia gira siempre alrededor de los ilustres, de los gobernantes y de sus intereses. El pueblo ha estado ausente de ella.

¿De qué independencia entonces hablamos? ¿Bastó vencer al dominio español para considerar que una verdadera independencia había llegado? ¿Acaso no se trasladó, simplemente, la dependencia, desde el dominio español hasta el dominio de las clases ilustres y de las clases dominantes? ¿Debemos recordar, conmemorar, o celebrar? Porque no es que debamos ignorar los hechos, pero tampoco debemos asumirlos acríticamente. Es preciso que la historia se enriquezca profundizando en la investigación de lo sucedido en tan largo período, nada más y nada menos que doscientos años, sobre la base de determinar cómo fue progresando la vida del pueblo por efecto de las luchas y de los intereses de sus gobernantes.

Yo he escuchado a dos prominentes historiadores nuestros, afirmar que el pueblo vivía mejor durante la época colonial que después de la independencia. Me reservo la opinión, pero estas personas respaldan y argumentan bastante bien su posición.

Me he enterado de que ha sido editada una nueva edición conmemorativa de los 200 años de independencia, del libro “Apreciación Sociológica de la Independencia”, escrito por uno de nuestros más grandes intelectuales, el doctor Alejandro Dagoberto Marroquín. Esta es una fuente histórica que debería ser mejor y más conocida por los salvadoreños. Es una visión precisamente crítica del proceso independentista, con estricto ajuste a las fuentes de la historia, y con una propiedad de conocimiento que deja ninguna duda. 

Por supuesto que deben existir otras fuentes que deban ser estudiadas y divulgadas. Rafael Menjívar, otro destacado intelectual nuestro, también ha enfocado el proceso independentista, haciendo, al igual que lo hace el doctor Marroquín, desde una visión más enfocada en el pueblo que en los hechos de guerra y las fricciones entre los estratos dominantes.  

Yo he conocido intentos nacionales, que por la vía oficial han tratado de reducir el estudio de la historia a un solo libro de referencia. Esto es un grave y peligroso error. La historia, ya lo he dicho, es dinámica, se presta a las interpretaciones, debe ser discutida y no adoptada. Reducir nuestra historia a una sola visión es, en mi criterio, dogmático, y, por lo tanto, anticientífico. 

El libro del Doctor Marroquín y muchos de sus trabajos, al igual que los de Menjívar, son sin duda alguna importantes, y debemos saludar esa nueva publicación a la que me he referido; pero no son los únicos ni serán los últimos, si es que se despierta en nuestras gentes el hábito por conocer quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos. El panorama de nuestra realidad es, ciertamente, oscuro, pero no por ello deja de ser real.

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