Jorge Zelaya*
La docencia como actividad ejercida por un maestro (del lat. Magister)" [1], se encarga de la educación formal e institucionalizada de un grupo en concreto y es una función milenaria que data desde la sociedad primitiva hasta la actualidad.
En este contexto ubicamos como máximos exponentes a los grandes maestros de las civilizaciones: Mesopotámica, Egipcia, Griega, Romana y de la Edad Media, lugares que recordamos frecuentemente como cuna de los grandes movimientos culturales de la historia, pero que muchas veces olvidamos que fueron esos maestros los encargados de inmortalizarlos a través de la transmisión de sus ideas, investigaciones, hallazgos y conocimiento mediante charlas, lecciones, diálogos o cátedras.
Se dice que los verdaderos maestros son aquellos que dejan huella en sus alumnos, aquellos que aparte de transmitir conocimientos entregan su trabajo con pasión y enseñanzas para toda la vida, de esto se nace la gran responsabilidad de la que se desprende el hecho de poseer el papel de guía, todo dentro de un “contrato social” entre el alumno y el docente, en el cual uno pone todo su esmero en aprender y el otro carga con la responsabilidad de evaluar, meditar y conocer, sobre el material que expondrá para cumplir con su rol en este binomio.
El compromiso de la mejora continua de los educadores, va más allá de conocer los contenidos de una catedra, se debe comprender que el saber de un maestro tiene la fuerza y el poder para transformar la vida de un niño, un adolescente y hasta un adulto. Se les ha concedido el honor de educar a un ser, capaz e inteligente y un buen maestro sabe usar esa capacidad para utilizarla en beneficio de ese ser, de una institución y también pasa por comprender que una buena formación podría impactar hasta una nación.
Es maestro, el que logra que sus dirigidos comprendan sus orientaciones, las hagan suyas, las modifiquen de acuerdo a sus propios pensamientos y sensaciones; entonces serán capaces de llegar por si mismos a la meta anhelada ya lo dice Ever Garrisson [2] en su poema “La vía del Maestro”: “Un maestro es una brújula que activa los imanes de la curiosidad, el conocimiento y la sabiduría en los alumnos”.
Al comprender que todo honor conlleva una gran responsabilidad, el hecho de poder guiar, comprende un digno orgullo, junto a un valioso cofre en el cual se guardan tesoros tan grandes como virtudes, valores, esmero y entusiasmo.
Para finalizar, el verdadero maestro, más allá del reconocimiento de los estudiantes al ejercicio de su labor formativa, no puede tener satisfacción más grande que ver a un profesional y saber que pudo colaborar con su apoyo para que otro alumno más, consiguiera un triunfo en su vida.
Referencias
[1]Diccionario Real Academia Española “maestro”
[2]Garrison, Ever: “La vía de un maestro”
* Catedrático e investigador de la Universidad Luterana Salvadoreña